El miedo siempre ha sido parte importante de mi vida, muy a mi pesar. Es como una sombra, un presentimiento, un acompañante incómodo y fastidioso que no me deja nunca. A veces hago como que no está o hasta me deja por un rato, pero siempre vuelve.
Por su culpa dejé de hacer muchas cosas, y a medida que mi vida transcurre siento que en muchos aspectos lo voy superando, le hago menos caso.
Llegué a pensar cosas horribles por él, como desear que aquello que más amo en la vida, mi esposa y mis hijas, nunca hubiese estado junto a mí. Y es que el miedo a que sufran, a que les pase algo malo, es tan poderoso que llego a fantasear con que sería mejor no haberlas conocido... qué estupidez!
Creo que con el miedo se convive, como si fuese una enfermedad incurable. Parecería que una medida inteligente podría ser aprender a soportarlo, a lidiar con él sin ignorarlo del todo pero tratando de no darle un lugar más importante del que merece, para que no se la crea, para que no se adueñe de todo y lo afee, le quite la magia.
A medida que pasa el tiempo la relación se va haciendo más de igual a igual, nos tenemos más respeto mi miedo y yo. Venimos juntos desde el principio y nos conocemos las mañas, mutuamente. Por eso, a veces nos hacemos trampa y alguno de los dos se enoja un poco, pero después pasa y todo vuelve a la normalidad, porque sabemos que a ninguno de los dos nos conviene, porque estaremos juntos hasta el final.